lunes, 5 de noviembre de 2007

CUENTOS GANADORES Nivel EPB

El baúl misterioso

Esta misteriosa leyenda comenzó en el año 1950. Se cuenta que cuando se asentaron las primeras familias, fuera del casco céntrico de San Fernando, en el sector delimitado por Acceso Norte, hacia la calle que hoy conocemos como “la treinta”, todo era pastizal. En medio de ese paisaje comenzaron a ubicarse los primeros habitantes. Nada era como actualmente lo conocemos nosotros, por ejemplo: los negocios no estaban, los colectivos no circulaban por la zona, el acceso a Tigre no estaba construido y los asfaltos no existían.
Pero había un problema por resolver… ¿Quién iba a construir el barrio y con qué ayuda? Todos se ofrecían para colaborar, pero eran muy pocos para remodelar un gran terreno. Porque claro, no había gente ni especialistas en ese tipo de trabajos. Pero, Julio Argentino Díaz, un hombre de cabello colorado y ojos verdosos, con gran empuje, seguía adelante para poder llegar algún día a que todo eso tenga un gran futuro; es decir, nunca bajaba los brazos hasta encontrar una solución.
Hace aproximadamente cincuenta años, entre los pocos vecinos que habían, comenzaron a construir la plaza que hoy se encuentra ubicada entre Pueyrredón, Matheu, Gandolfo y Quintana. En ese entonces era una tosquera donde encontraron un enorme cofre (al que algunos llamaban baúl), cubierto de barro y con un candado de bronce. Parte de la gente que se encontraba ahí, colaborando, entre ellos José Maidana y Augusto Pérez, se preguntaban: ¿Quién lo habría enterrado allí?, ¿Por qué dentro de esa tosquera?. Nadie podía dar una respuesta. Algunos se imaginaban que podría haber ahí dentro: puede haber libros o tal vez oro, otros decían que había ropa antigua y mucho dinero. Un vecino dijo: “quizá fueron los indios que lo dejaron aquí, o los españoles en el momento de la colonización”.
Pero Julio A. Díaz decía que tenían que llegar a saber qué había dentro del baúl y quién lo había entrenado; toda la gente decía lo que pensaba, pero no se podía dar por cierto algo que eran solo supuestos.
Entonces fueron descartando….
Pasados trece años, esta zona ya estaba más poblada. Para esa época Don Julio Díaz había fallecido y su hija Mercedes había quedado al cuidado del baúl. Mercedes era una mujer muy linda, de cabellos rubios y muy lacios, ojos negros y brillosos. Ella era preciosa.
Una familia recién llegada, integrada por tres personas: Facundo Iriarte, Juana de Iriarte y su hija Clara comienzan la construcción de su casa. Los albañiles que vestían uniforme y casco naranja en medio de la obra, removiendo la tierra, encontraron en el suelo una llave color bronce con la letra “B” grabada. Se preguntaron entre ellos ¿Qué era eso? Entonces mandaron a llamar a Juana, quien expresó no saber de quién era y cuál era el significado de la letra “B”. ella guardó la llave y los albañiles continuaron trabajando.
Juana fue a mostrarle la llave a Facundo y juntos decidieron ir a mostrársela a su vecina quien muy gustosa los recibió.
- Adelante, les dijo Mercedes.
Juana con la llave en la mano le contó dónde y cómo la encontró. Al verla, Mercedes recordó el momento en el cual su padre dejó a su cuidado el baúl y la emoción la envolvió pensando en la posibilidad de descubrir el contenido del misterioso baúl. Juntas lo abrieron, la incógnita, la ansiedad, la emoción, desbordaron la situación…. el momento llegó. Fueron testigos privilegiados, el destino los eligió como protagonistas de este instante de la historia. Ante sus ojos, el baúl rebalsaba de libros.
Mercedes guardó los libros y después de veinte años decidió llevarlos a la nueva biblioteca el día de su inauguración. La que fue construida en un sector de la plaza, que con amor y empeño un día, su padre, Don Díaz había comenzado a soñar.
Cuenta su descendencia que Mercedes encontró una carta que describía el lugar exacto donde fue encontrada la llave.

Cuento ganador del 1º Premio: Colegio San Pablo (por escuelas de gestión privada)
Alumnos: Camila Fernández Echeverría, Valeria Robledo, Gonzalo Suarez, Santiago Suarez.Docente: Viviana Gracilazo.


José, el fantasma condenado

Esta historia comienza en una casona de San Fernando, ubicado en el casco histórico.
Una casona abandonada y con un secreto que sólo pocos lugareños se animan a recordar. En los relatos que apenas se conocían, la esclavitud, el desdén por la vida, el rencor, el odio, la locura y sobre todo la violencia eran moneda corriente. Mi gran curiosidad me llevó siempre a investigar las historias de la gente. La casona pertenecía a un terrateniente llamado José Salvador Pérez Rivas, un hombre nada sociable, de carácter tosco y fuerte; una mirada salvaje que refleja sus más profundos sentimientos y un cuerpo que se iba a cobrar poco a poco toda la maldad que vivía en su alma.
El relato que más me sorprendió fu el de una mulata que vivió allí más o menos tres años antes de ser vendida. Ella se presentó como Tica Pérez Rivas, lo cual me llamó la atención y no aguanté la intriga… Le pregunté si tenía algún parentesco con Don José y me contó que todos los esclavos que fueron vendidos por este hombre llevan su apellido marcado en la piel y los papeles; una forma más de castigarlos y no olvidar nunca el paso por esta casona.
Luego empezó a relatarme sus años de sometimiento a una especie de ritual que era para placer personal de José Salvador Pérez Rivas. El esclavo que llegaba era castigado con azotes hasta arrancarle pedazos de piel y luego eran maniatados sin comer y sin beber. A este ritual lo llamaban “la limpieza” como si castigándolos se pudiera cambiar el color de su piel. Luego los hacía pasar por la fosa, que era una especie de criadero de ratas y pirañas…. de maldad. Ahí pasaban varios días, pero no podían decir cuántos; era difícil saber si eran días, meses, años… daba igual. Ese demonio tenía por costumbre comer frente a ellos, disfrutar con sus expresiones después de varios días de no probar bocado. Cada día era igual, era peor.
Pero un día José no apareció, ni al siguiente, ni después… y al cabo de un tiempo, en su lugar vieron a un hombre envuelto con una especie de túnica y sus manos con guantes, y lo único que reconocieron eran sus insultos y su voz, porque su olor era diferente. De repente, llegaron a sus oídos, a través de unos esclavos que llegaron a la casona como todos los meses, que a José lo apodaban “el leproso”, palabra que ellos no conocían y que uno contó que era una enfermedad donde se pudría la piel y las partes del cuerpo caen pedazo a pedazo.
Era como si la justicia divina se cobrara en partes toda la crueldad con la que él se regocijaba.
Tica (Péres-Rivas) no supo nada más hasta unos años después de ser vendida.
Un día, escuchó una versión de tantas, que le pareció verdadera… Contaba que en la casona habían encontrado restos humanos atados y maniatados en un depósito, y un cuerpo más en la habitación principal. Era el torso de lo que parecía el cuerpo de José Salvador Pérez Rivas y otros cuartos encontraron varias extremidades diseminadas, como si a cada paso se le hubieran caído de su cuerpo y lo único que llegó a la habitación fue ese torso en estado de descomposición; estaba cubierto con una túnica.
También dicen que se vio al fantasma de José Salvador Pérez Rivas vagando por las noches, en la casona lamentándose… porque el lamento de aquellos a quienes torturó; y el dolor de ver y sentir que su cuerpo se caía tan podrido como su alma. Lo condenaron a vagar por siempre con los lamentos resonando en su cabeza para siempre.
Ahora entiendo por qué cuando algunas noches pasaba cerca de la casona, se me erizaba la pie al escuchar gritos y lamentos.

Cuento ganador del 1º Premio EPB Nº 8 “Hipólito Yrigoyen” (por escuelas públicas de continente)
Cuento: “José, el fantasma condenado”
Alumnos: María Cecilia Cossa, Florencia Robaina, Alejandra Cazal
Docente: Fabiana Paz (bibliotecaria)


La Infancia de mi Papá

Esta historia que voy a contar a continuación es la de mi papá que se llama Hugo, la cual comenzó cuando él tenía 8 años y vivía n las Islas del Delta junto a sus hermanos y sus padres.
Todo empezó cuando su mamá Teresa tuvo a su hermanita Teresita, y a los 18 días de tenerla murió su mamá. Eso le calló como un balde de agua fría. Sus vecinos y gente conocida querían adoptar a su hermanita recién nacida, ya que creían que no la podían criar. Pero, su papá Ángel no quiso, decía que quería permanecer junto a sus hijos pase lo que pase. Fue así que la hermana mayor, Bety se ocupó del bebé y de todos sus otros hermanos.
Por todo lo sucedido mi papá tuvo que dejar la escuela en 3° grado para ayudar a trabajar a mi abuelo. Él cuenta que fue una época muy dura; tenía que salir temprano con las heladas para trabajar en el campo.
Poco tiempo después, por accidente se cayó una vela en una de las habitaciones mientras dormían y se les incendió la casa. Salieron con lo puesto. Por suerte nadie salió herido, solo en un momento se desesperaron al ver que su hermano varón menor quedó atrapado y tuvo que saltar desde la ventana. Lo único que pudieron rescatar de las cenizas fueron dos o tres fotos familiares.
Mi padre está orgullosos de su niñez, a pesar de todo, porque esos golpes que recibió le enseñaron y lo hicieron crecer y entender que la familia tiene que enfrentar las pruebas juntos.
El club de la zona (Club 9 de julio) organizó una fiesta a beneficio de su familia. Ya hace 3 años que falleció mi abuelo, y nos dejó esos recuerdos, como las navidades en familia, en las cuales siempre estaban sus 7 hijos y sus nietos.
Siempre lo hacemos y nos acordamos del pasado que vivieron. Ahora todos los hermanos están felices y juntos.
Esa es la historia y niñez de mi papá.

Cuento ganador del 1º Premio EPB 20 “Remedios de Escalada de San Martín” (por escuelas públicas de islas)
Alumnos: Elías Fernández, Mario Pavón, Yamila Saire, Soledad Migueles, Stefanía Rompani. Docente: Estela Noemí Ayala


JURADO DE EPB: Alejandra Murcho, Nilo Pereira y Mario Segura.

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